A Toni, Mari Carmen y Juan Antonio
En muchas ocasiones nos planteamos como queremos que sea nuestra vida e incluso hacemos planes a largo plazo, pero nos suele pasar, que una cosa es lo que pensamos que haremos y otra muy distinta lo que la vida nos depara, en muchas ocasiones, casi sin pensarlo. Pues algo así me ocurrió a mí, además de en otros aspectos de mi vida, en el terreno musical.
Cuando iba al colegio algunos de mis compañeros, empezaron a estudiar música y me animaban a que fuera con ellos, pero en aquel momento a mí ser músico era algo que no me llamaba la atención, lo que sí que era para mí un deseo era salir en fiestas, pertenecer a una comparsa. Era tal mi ilusión que centré mis esfuerzos en conseguir un disco, el primero que se editó de música festera, interpretado por la Banda Municipal de Villena, ese en el que en la portada había dos fotografías de las comparsas, una de los Moros Realistas y otra de los Cristianos y me lo grabé en una cinta de casete, actualmente en desuso sustituidas por otros soportes mucho más modernos. Todos los días cuando llegaba a casa a la hora de comer me gustaba ponerla y escucharla una y otra vez, mientras que le pedía a mi madre, que quería salir de festero, a lo que ella siempre contestaba con la misma canción, “cuando trabajes”.
A los catorce años terminé mis estudios en el colegio y empecé a trabajar, con lo que la posibilidad de pertenecer a una comparsa cada vez la veía mas cercana, aunque la economía familiar no era muy buena, ya que en casa no contábamos con muchos ingresos y además el trabajo de agricultor de mi padre, hacía que buena parte de ellos estuvieran siempre en el aire.
Cuando yo tenía quince años un día llegó a casa mi padre, con una noticia que rompió mis ilusiones, la viña se había apedreado y ese año se había perdido la posibilidad de que diera ni una sola peseta de beneficio, con lo que mi ilusión se la había llevado el mal tiempo. Lo que yo no sabía, era que mi madre había comprado en secreto las telas para hacerme, al igual que mi tía a mi primo, el traje de Moro Nazarí y a pesar de todo, ese año pude por fin, pertenecer a la comparsa y hacer realidad mi deseo.
El hecho de formar parte de la comparsa me llevó a ir conociendo cada vez más música festera y a disfrutar de la actuación de las bandas, incluso a descubrir algo que hasta entonces nunca había percibido, la afición por la música, lo que me hizo pensar que si alguna vez tenía un hijo, éste estudiaría música.
Poco a poco los años fueron pasando y yo seguía formando parte de la comparsa, y cada vez mi afición a la música era mayor. Mientras todo esto pasaba conocí a quien hoy es mi mujer, nos casamos y nació nuestro hijo. Por supuesto que tanto mi mujer como nuestro hijo formaban también parte de la comparsa, pero yo seguía teniéndolo claro, el chiquillo estudiaría música.
Tal era mi interés por la música y por qué a mí hijo le gustara, que siempre que podíamos, nos situábamos los dos al lado de la banda de música, salvo en los desfiles más importantes y mientras tanto le decía, fíjate bien y dime qué instrumento te gusta, a lo que el chiquillo me respondía: “papá quiero el trombón, pero me lo tienes que comprar con vueltas”, es decir con transpositor, que yo entonces, a decir verdad, no sabía muy bien en qué consistía esto, pero con el tiempo aprendí que el transpositor es lo que permite tocar ciertas notas con total comodidad, en las posiciones más cerradas de la vara y de esta manera poder trabajar todas las escalas y las distintas piezas, sin necesidad de realizar arreglos en las mismas.
Pues bien, cuando mi hijo cumplió seis años nos fuimos los dos un día a matricularlo al Conservatorio, pero no fue posible por la edad y tuvimos que esperar un año más. Por fin a los siete, comenzó sus estudios musicales en el Conservatorio de nuestra ciudad, con el solfeo, coro e instrumento, como no, el trombón de varas. Como sucede con todos lo pequeños, había que acompañarlo a sus clases, tarea que realizábamos tanto mi mujer como yo, pero por suerte a mi me tocaba acompañarlo a las de instrumento, clases que recibía en el salón de ensayos de la Banda Municipal. Si digo bien, por suerte, porque esto me permitía entrar a las mismas y escuchar todas las clases que mi hijo recibía de su profesor, con quien también me gustaba cambiar impresiones, pero sobre todo aprender de él. El profesor continuamente me animaba a que también yo estudiara música, diciéndome “si a ti te gusta, matricúlate”. Ante la insistencia y sobre todo, porque realmente me gustaba, un día ya pasadas las vacaciones de Navidad del segundo curso de mi hijo, me decidí a ir a la secretaría para realizar la matrícula, eso sí con la condición de que las clases de instrumento me las impartiría el mismo profesor que a él. Así fue, y comencé con el solfeo en una clase llena de chiquillos , en la que a decir verdad parecía el padre de todos ellos. En cuanto al instrumento probé con la tuba, aunque a mí me gustaban también la trompa o el bombardino, pero el profesor me dijo, “mira, el bombardino y la trompa tienen mucha música para ti”. La tuba no me satisfacía y al poco tiempo decidí dedicar mis esfuerzos al mismo instrumento que mi hijo, el trombón de varas.
Así estuve peleándome durante cuatro años con el solfeo, el coro y el instrumento. Recuerdo como tuve que pedir permiso a mi jefe para poder salir una hora y media antes del trabajo, para poder llegar a tiempo al conservatorio, aunque a éste no le parecía muy bien que yo dedicara mis esfuerzos a la música. Pero yo salía de trabajar cogía la bicicleta y me iba a clase de solfeo. Mientras yo asistía a estas clases, convencí también a mi sobrino de que estudiará música y asistíamos a las mismas juntos, sorprendentemente con gran interés por su parte. Años después me confesó que les decía a los amigos que no podía faltar a clase porque si no acudía le reñía su tío.
Una vez finalizado él grado elemental realicé la prueba de acceso al profesional, pero decidí abandonar el solfeo y dedicar mi esfuerzo solo al trombón. Tengo que confesar que nunca podía pensar, cuando veía a las bandas de música actuar tanto en conciertos, como en la calle, que ésta era tan difícil, como también me parecía complicado tocar en la banda junto al resto de componentes. Durante casi un año estuve asistiendo a los ensayos de la Juvenil, sentándome al lado de los trombones y siguiendo la partitura sin tocar, pero poco a poco fui consiguiendo mi meta y en segundo curso de grado profesional, por fin pude entrar a formar parte de la Banda Municipal. Mi hijo ya formaba parte de la Banda unos años, pues el director, que era también nuestro profesor, nos dijo que necesitaba un trombón tercero y que el chiquillo podía defender muy bien ese papel. Así que, justo el día antes de tomar la Primera Comunión, tocó por primera vez con la Banda en el Teatro Arniches de Alicante. Y yo, como muchos padres, a llevarlo y traerlo de los ensayos.
Llegó el momento, noviembre del año 2000, por fin después de un duro aprendizaje, de unos años con la Juve y de varios meses de ensayos con la Municipal, iba a formar parte de ella. Recuerdo como si fuera ayer el momento de mi recogida, cuando al asomarme a la ventana vi la bandera de la Banda y justo detrás, junto al director, a mi hijo seguido por todos los demás músicos como se dirigían a mi casa. Me había costado mucho trabajo y esfuerzo, pero aquel, fue para mí un momento muy emocionante y sobre todo, me sentía muy orgulloso de haberlo conseguido, a pesar de que mi profesor, con quien alguna vez coincido tocando en la Banda, me dice desde el aprecio mutuo que nos tenemos, que soy un toca notas, que los que aprendemos mayores tenemos mucho sentido del ridículo y que me tengo que plantear que mi labor es hacer música y disfrutar.
Como os he comentado mi ilusión desde pequeño era ser festero, pero he de reconocer que la fiesta me llevó a la música y a sentir algo que nunca había experimentado como integrante de la comparsa, especialmente en un momento concreto como el día 5 a las cuatro de la tarde. Con motivo de la celebración del cincuenta aniversario de la comparsa unos amigos me convencieron para que desfilara junto a ellos en una escuadra especial de negros. El día 5 a las doce de la mañana comenzamos con el maquillaje y antes de las cuatro de la tarde ya estaba preparado, pues bien, como así con ese aspecto no podía desfilar con la Banda Municipal, me dirigí a La Losilla a ver como iniciaba la Banda la Entrada. Cuando el pasodoble comenzó a sonar me emocioné y si hubiera sido posible, me habría lavado la cara, puesto el traje y cogido el trombón para desfilar junto a mis compañeros. Desde ese momento decidí que por ningún motivo, salvo que fuera de fuerza mayor, volvería a perderme ese desfile con la Banda Municipal, aunque esto supusiera no poder hacerlo con la comparsa.
Desde el momento en que ingresé en la Banda, comencé a disfrutar de algo que hasta entonces solo había imaginado como podría ser, que es la convivencia dentro de la Banda Municipal. No importa la edad que tengas, ni cualquier otra diferencia que pueda haber entre los componentes de la misma, pues todos estamos allí por nuestra gran afición, la música. En la Banda he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas y además he encontrado a otros amigos a los que les ha ocurrido algo parecido a mi, que hemos llegado a la música y concretamente a la Banda Municipal a través de nuestros hijos, cuando normalmente sucede al contrario.
La primera persona que formó parte de la Banda sin ser un chaval, como suele ser lo habitual, comenzó a estudiar música a los cuarenta años, y en 1991 se integra en las filas de la misma. Todavía recuerda las palabras de elogio de un antiguo miembro de la Municipal cuando el día de su primer concierto fue recibido en el escenario, además de por el director por sus dos hijos, que también han sido componentes de ésta aunque por diversas circunstancias ya no comparten atril con su padre.
No sucede lo mismo con otro buen amigo y compañero que comenzó a estudiar música casi por casualidad, ya que cuando su hijo solamente tenía seis años y medio, se veía en la necesidad de que su padre le ayudara, en su batalla con el solfeo, lo que motivó que se contagiara de esta afición, integrándose en la Banda en 1998, dos años después de haberlo hecho su hijo y que en la actualidad siguen compartiendo ensayos y actuaciones, como también lo hacen unos cuantos padres e hijos más. De estos, algunos como en mi caso, que han seguido los padres a los hijos y otros como suele ser mas habitual, son los hijos los que han heredado y aprendido de sus padres el amor por la música. Incluso otro padre, que buscando una ocupación en la que emplear sus ratos libres, se matriculó junto a su hijo en el Conservatorio y los dos comenzaron a la vez su pertenencia a la Banda. O hasta otro caso mucho más curioso, aquellos que después de haber formado parte de otra agrupación musical, aterrizaron los dos, padre e hijo, en nuestra formación.
Para mí es una satisfacción formar parte de esta gran familia, pues así considero a la Banda Municipal de Villena. Me gusta compartir esta afición con mi hijo, quien en la actualidad es músico profesional, pues él, sí continúo los estudios realizando el Grado Superior. Aunque si os confieso algo no me gusta mucho tocar al lado suyo, ya que debe ser por el exceso de confianza entre padre e hijo, a veces me riñe, me pone algo nervioso y me suele decir, “papá si estudiaras disfrutarías más”. Pero por otra parte y no se lo contéis a nadie aunque creo que se me nota, lo orgulloso que estoy de él y de que algo que yo descubrí tarde, sea tan motivador para mí y podamos disfrutarlo juntos. Pues resulta muy emocionante el estar trabajando para una actuación durante meses, con el sacrificio que conlleva, en especial para aquellos que nos cuesta algo más de trabajo que a otros, el ver que al final conseguimos realizar una buena actuación, es tan satisfactorio que a veces me emociona hasta llegar casi a llorar.
Hasta aquí y hasta ahora, esta es mi aventura como músico de la Banda Municipal, mi Banda, esa a la que me siento tan orgulloso de pertenecer y en la que puedo decir que he conocido, a grandes amigos, bueno y por supuesto también muy buenas amigas. La Banda me ha dado tanto que difícilmente podre agradecérselo mientras viva. Me ha dado amistad, compañeros emociones y cultura musical, en definitiva me ha dado y me sigue dando felicidad.
Maricruz Rojas Tomás
Cronista BMMV
Fotos A. Gómez