A todos y cada uno de los miembros de la Banda Municipal,
a los que son, a los que han sido y a los que serán.
Por fin se ha hecho realidad un sueño que llevo persiguiendo desde hace mucho tiempo. Cuantas veces desde que era pequeño veía pasar las bandas de música, en algún pasacalles o algún desfile y me imaginaba formando parte de ellas. Intentaba convencer a mis padres para que fuéramos detrás de ella escuchando la música, pero, sobre todo, cogido de la mano de mi padre, cerraba los ojos y pensaba que era uno de ellos. Ante mi insistencia conseguí que mis padres me «apuntaran», como yo les decía, al Conservatorio. Objetivo conseguido, o bueno, eso pensaba entonces yo.
Mis dos primeros años de conservatorio fueron casi casi un juego, coloreábamos fichas con las que nos introducíamos en el mundo de la música. Poco a poco íbamos conociendo algunos instrumentos e incluso comenzamos a tocar alguno de ellos, generalmente aquel que a cada uno de nosotros más nos gustaba y casi sin darme cuenta comencé el primer curso del grado elemental, casi nada. Por aquel entonces yo me sentía importante. Por fin iba a comenzar mis estudios en serio, pero claro, al poco me di cuenta de que de importante tenía poco. Mis primeras lecciones de solfeo, tengo que confesar que no me gustaban mucho, bueno, ni las primeras, ni todas las que siguieron a continuación. A pesar, de que las profesoras que he tenido a lo largo de todos los cursos han intentado hacernos las clases lo más agradables posible, pero bueno, si quería continuar no había más remedio que estudiar, aunque no fuera lo que más me gustara. Comencé con el instrumento y como dice mi madre, tres cuartos de lo mismo, yo pensaba que con lo poco que había aprendido en los dos años anteriores, iniciación y preparatorio, este curso iba a tocar alguna obrita, aunque fuera corta y fácil, pero no fue así. Lo primero que tenía que conseguir era que el instrumento sonara lo mejor posible, algo que tengo que confesar que me costó mucho lograr y la verdad es que todavía hoy por hoy tengo que mejorar. Las primeras lecciones eran aburridas. Una sucesión de notas que a mí me parecía que no tenían ninguna relación entre ellas, pero bueno, era necesario para poder ir progresando poco a poco. Además, también estaban las clases de coro, en las que yo pensaba que iba a aprender las canciones de mis cantantes favoritos y como podéis imaginar no fue así, pero he de decir que esas clases me ayudaban a liberar la tensión que otras me producían. Pues bien, poco a poco fui superando el primer curso y cada vez las clases y los ratos de estudio en mi casa eran más amenos, pues ya podía tocar alguna versión fácil de algunas obras que me resultaban conocidas.
Superé con éxito el primer curso y así mismo también el segundo. Además, con la ilusión de poder llevar a cabo algo que estaba esperando desde que comencé mis estudios. Durante estos dos años, había estado viendo un cartel en el tablón de anuncios del conservatorio en el que decía que con el segundo curso de elemental aprobado podía comenzar a ensayar con la banda juvenil. Pues bien, en el momento que comencé el tercer curso fui al primer ensayo, pues éstos comenzaban prácticamente a la vez que el curso, y como no, de nuevo me sentí importante y sobre todo muy ilusionado, pues este era el primer paso para poder formar parte en unos años de la Banda Municipal. También porque estos ensayos me permitían conocer a otros chicos y chicas que tenían la misma ilusión que yo.
Los primeros ensayos fueron un poco caóticos, pues me costaba, al igual que al resto de compañeros recién llegados, seguir el ritmo de los demás. Menos mal que una compañera de cuerda sentada a mi lado me ayudaba a no perderme, indicándome de vez en cuando por qué compás íbamos, al tiempo que me decía: «no te preocupes a todos nos pasa lo mismo al principio». Así, entre clases del conservatorio, audiciones con mis compañeros y ensayos de la “Juve” llegó la primera actuación. Fue en el concierto de Santa Cecilia, el cual compartíamos con la Banda Municipal, a los que cuando llegó su turno escuché con verdadera admiración imaginando que en unos pocos años estaría sentado con ellos, además vestido con ese uniforme que me parecía muy elegante. Además, esta celebración me permitía reunirme con los miembros de la Banda Municipal en la convivencia que ésta celebra en esas fechas. Poco después, con motivo del carnaval la “Juve” actuaba en el desfile del entierro de la sardina, y de nuevo una prueba más a superar. Si ya me costaba tocar siguiendo el ritmo de la banda, mucho más hacerlo andando y además en una noche fría, con las manos heladas e intentando no mirar hacia los lados donde entre otros podía ver a mis padres sintiéndose orgullosos de mí. De nuevo objetivo superado, no sé si con éxito o no, pero la experiencia para mí fue gratificante, con cada una de estas actuaciones me animaba a seguir con mis estudios del conservatorio, por supuesto a la vez que con mis estudios de primaria en el colegio.
Así poco a poco conseguí terminar el grado elemental de música, cuatro años en los que realmente tuve que trabajar, pero también disfruté de ratos muy agradables junto a mis compañeros, haciendo algo que a todos nos satisfacía: música, pero otra vez había que seguir salvando barreras. Para continuar mis estudios, debía hacer la prueba de acceso al grado profesional, y de nuevo después de pasar muchos nervios, superada con éxito. Aunque cada vez el conservatorio se iba complicando un poco más, yo seguía estudiando con la misma ilusión que el primer día y por supuesto seguía con los ensayos de la “Juve” y poco a poco, pasé a ser yo el que ayudaba a algún compañero nuevo que comenzaba su andadura.
Primer curso de profesional superado, ensayos para preparar la actuación de la Juve en fiestas para acompañar a la Regidora y a los embajadores infantiles en el desfile de la esperanza y verano pasado, y con ello un nuevo curso que comienza, segundo curso de la ESO en el instituto y segundo de profesional en el conservatorio, además si no pasaba nada raro durante este curso comenzaría a ensayar con la banda municipal. Todos los compañeros que estábamos en el mismo curso comentábamos esto de vez en cuando, pues todos esperábamos esa llamada que otros compañeros de cursos superiores nos han contado.
Pues bien, llegó el día en el que en casa se recibió una llamada del director de la banda municipal para decirme que podía comenzar a acudir a los ensayos de ésta, y si a final de curso no tenía ninguna asignatura suspendida en el conservatorio, pasaría a formar parte de la Muni, como familiarmente la llamamos. Ni que decir tiene que ese año me iba a aplicar a máximo para poder llegar a cumplir mi sueño y lo conseguí, de nuevo, objetivo superado.
Durante todo el verano continuamos con los ensayos, en los que al igual que me ocurrió con los de la Juve, de vez en cuando el compañero de mi lado me ayudaba cuando me veía un poco perdido, pero poco a poco me fui integrando. Una vez pasadas las fiestas, nos avisaron a mí y al resto de educandos para que fuéramos a recoger el traje, ese con el que tanto había soñado. Acudimos una noche a la secretaría de la banda y allí dispuestos en unos percheros estaban esos trajes que yo siempre había visto elegantes, con sus botones dorados, los adornos también dorados en las mangas y el escudo de la ciudad en el delantero de la chaqueta. He de confesar que cuando vi los trajes que allí había me sentí un poco desilusionado ya que eran trajes no de segunda mano, si no de tercera o cuarta por lo menos. Pero bueno, me lleve a casa el que mi madre y la compañera de la banda nos los mostró, me dijeron que era el que me estaba mejor. Unos días después los arreglos de la modista y la tintorería hicieron casi un milagro y el traje quedó prácticamente perfecto.
Ahora sí que sí estaba rozando el sueño que durante tanto tiempo había acariciado y quería disfrutarlo al máximo, pues sinceramente el esfuerzo había sido importante, días de estudio y de no salir con los amigos para poder dedicar esos ratos a la música. No obstante, para mí era importante haberlo conseguido.
Por fin llegó el día de la recogida de educandos, en mi casa los nervios a flor de piel, tanto yo, como mis padres e incluso mi hermano. El momento en el que la banda se acercaba a casa, el director llamó a la puerta y salí a reunirme con el resto de mis compañeros fue muy emocionante, al igual que a la semana siguiente cuando en el teatro nos fueron presentando uno a uno antes de comenzar la actuación de la Banda. Por fin mi primer concierto con la Banda Municipal de Villena y he de confesar que en ese momento no me sentí importante, me sentí orgulloso, muy orgulloso de pertenecer a esa institución, pero sobre todo de pertenecer a esa gran familia que conforman todos y cada uno de los componentes de la Banda Municipal de Música de Villena.
Maricruz Rojas Tomás. Cronista Banda Municipal de Música de Villena